Hace dos madrugadas nos dejó uno de los mejores actores del último tercio de siglo XX. Hablamos del carismático y siempre agradable Robin Williams. Actor dotado de una excelente vis cómica, pero también capacitado para el drama o ese compendio de géneros indisolubles llamado -popularmente- dramedia. Se hace necesario, pues, un repaso a la trayectoria artística de este actor.
Nacido en la ciudad del viento -Chicago-, hijo único de un ejecutivo de la industria automovilística. En un ambiente económico holgado, no mostró interés en la interpretación hasta una tardía adolescencia.
A finales de la década de los 70, Williams empezó a surgir como un excelente comediante y artista para el medio audiovisual. Sus primeras experiencias en el tubo catódico son muestra de ello: Mork y Mindy (Mork & Mindy, 1978-82), serie donde se granjeó una gran popularidad -dando vida a un extraterrestre- que le permitió dar el salto a la gran pantalla.
En la década de los 80 realiza sus primeras películas demostrando riesgo y saber hacer. Dos adaptaciones y las dos heterodoxas. El marino Popeye (id., 1980) de Robert Altman, un musical excéntrico y la sátira El mundo según Garp (The World According to Garp, 1982) donde George Roy Hill tomaba la novela de John Irving para hacer un retrato de la américa post-hippie.
Pero pronto llegó el papel a la medida. Uno que aprovechaba los talentos vocales de Williams, su anárquico sentido del humor pero no olvidaba las legislaciones obligadas y forzosas con el sistema. Y ese papel era el del locutor Adrian Cronauer de Good Morning Vietnam (id., 1987). Aderezado por una banda sonora vertiginosa de la época, la película hizo evidentes los talentos de Williams para sostener películas, por otra parte, no tan sugerentes sin él.
Su primera nominación a los Oscar llega con El club de los poetas muertos (Dead poet society, 1989), donde interpreta al icónico profesor de literatura John Keating. En este film de Peter Weir donde demuestra que no solo es válido para la comedia sino que también es habilidoso para el drama.
La década siguiente comenzaría con dos films capitales en su carrera; Despertares (Awakenings, 1990) y El rey pescador (The fisher king, 1991). Sendas muestras de talento interpretativo y ambas obras de gran enjundia.
Estamos ante un Williams en plena forma y capaz de todo, actuando en obras de matiz familiar e infantil: Hook (id., 1991), Aladdin -magnífico prestando voz al genio de la lámpara- (id., 1992), Señora Doubtfire (Mrs. Doubtfire, 1993), Jumanji (id., 1995) o Flubber (id., 1997); muchos de ellos marcaron a toda una generación. También participó en proyectos más arriesgados como Jack (id., 1996), a las órdenes de Coppola; Una jaula de grillos (The Birdcage, 1996), con uno de sus papeles más desternillantes; Hamlet de Kenneth Branagh (Hamlet, 1996), actuando en la obra magna de Shakespeare.
Pero, a finales de los 90, llegó el Oscar en la piel de un psicólogo en El indomable Will Hunting (Good Will Hunting, 1997). El reto de Williams, tendiente al exceso, no era tanto demostrarse calmado en la gestualidad como prueba de que se trata de un buen actor si no, más bien, de usar sus capacidades expresivas para dotar de registros y matices al hombre común. Su interpretación, tranquila y sutilísima, es uno de los elementos que, de nuevo, guian a la película de Gus Van Sant a lo notable y emotivo.
Después de su galardón llegó la irregularidad, aciertos contra patinazos y un perfil más secundario en la mayoría de producciones en las que participó. Aparece su figura inédita de villano, reinventándose una vez más, en obras como Insomnio (Insomnia, 2002) y Retratos de una obsesión (One hour photo, 2002). En el apartado de lo olvidable nos encontramos Patch Adams (id., 1998), Más allá de los sueños (What dreams may come, 1998) o El hombre bicentenario (Bicentennial man, 1999), fallida adaptación de un relato corto de Asimov. Films que buscan el rápido sollozo y el sentimentalismo barato.
En su última etapa nos encontramos con papeles muy olvidables, doblaje de personajes animados y un marcado cine familiar donde antaño fue el rey.
Pero Williams dejó al menos un par de pruebas de su capacidad de
actuación, demostrando que no era su talento el que había envejecido. El mejor padre del mundo (The world's greatest dad, 2009), donde realiza un tour de force en el papel de un padre encubriendo el suicidio de su hijo y El mayordomo (The butler, 2013), metiéndose en el papel del presidente Eisenhower; son claros ejemplos de su talento interpretativo.
Desde aquí un adiós al actor surgido de la risa, que nos arrancó más de una lágrima y con el cual crecieron más de una y dos generaciones. Monstruo interpretativo a la altura de los grandes.
P.D. Uno de sus últimos monólogos. Simplemente genial
P.D. Uno de sus últimos monólogos. Simplemente genial